¿Mamá o papá? ¿Tigres o Leones? ¿Bony o Pantera Rosa? ¿Estrellitas o pistones? ¿NYC o LA?
Dudas existenciales que se debaten en las calenturientas y juveniles mentes de aquellos nacidos hace cuatro o cinco décadas. Para todo hay un momento y un lugar, y cuando papá te castiga por llegar a casa con 5 suspensos, buscas a mamá para que te dé la paga y te deje bajar al parque.
El libro que nos ocupa también va un poco de eso y te presenta claves para entender por qué el epicentro musical en ese momento se trasladó de la oscura urbe neoyorquina a la luminosa meca del cine. Todo se resume en un viaje, y ese viaje (como el de los colonos que emigraron desde Europa siglos antes) empieza en la Costa Este para, una vez asentado el territorio ya urbanizado y conquistado, seguir dirección al Oeste en busca de oro, libertad y un futuro mejor.
Eso debieron pensar a mediados de los sesenta los músicos que, habiendo triunfado en la Gran Manzana y siguiendo las enseñanzas de Sinatra (si lo haces aquí, lo podrán hacer en cualquier sitio) o aquella gran mayoría que no lo consiguieron, incapaz de abrir el melón del folk, recorrieron los 5000 km que separan ambas costas, buscando el edén del triunfo, el reconocimiento de sus colegas artísticos y del público en general. Lo interesante es que a los músicos les siguieron los mánagers, representantes y ejecutivos musicales, que también, hartos de la industria existente, buscaron un espacio virgen para poder crecer y reproducirse, recibiendo el ok de sus acaudalados superiores al tratarse de un territorio con baja expectativa de éxito y disponible para explorar.
Aunque la idea se presente en los primeros sesenta y se lleve hasta los ochenta, los años que se detallan serían del 67 al 76. Si tuviéramos que elegir dos temas, uno de apertura y otro de cierre, no creo que haya dos mejores que "California Dreaming" y el propio "Hotel California", que da título a esta magnífica obra que el inglés Barney Hoskyns publicó en 2005 y la editorial Contra ha traducido al castellano y publicado en nuestro país hace un par de meses.
Barney Hoskyns, como buen inglés, adora la música, el cotilleo y el fútbol, y dos de esas pasiones se encuentran perfectamente retratadas en las páginas de Hotel California. Cantautores y vaqueros cocainómanos en Laurel Canyon.
Además de la vastísima arqueología musical (propia y sobre todo ajena, que cubre desde los años cincuenta hasta la actualidad) que maneja en internet en Rock´s Backpages, ha sido colaborador y editor de multitud de revistas de música, prensa y variedades, como Rolling Stone, Mojo, Spin, The Guardian, The Times, Harper’s Bazaar o Vogue. Ese currículum se refleja en las páginas del libro, que hace un retrato animado y vertiginoso de las idas, venidas, dimes y diretes de los personajes que se asentaron en el cañón durante esos años.
No es un libro de música y músicos al uso, ya que la industria musical tiene un peso determinante en el devenir de la historia. La prensa rosa (amarilla por lo que cuenta, pero rosa por la manera de contarlo) viene muy al caso y te desgrana el espíritu de cada personaje. Los tintes políticos, económicos y, sobre todo, sociales dibujan un artefacto que explica qué pasó en USA (y en el mundo) durante esos años, y cuáles fueron los motivos para pasar de los luminosos sesenta a los oscuros setenta, justo a la contra de lo que buscaban esos personajes que huyeron del frío cemento para abrazar la cálida brisa del Pacífico.
Visto con perspectiva, las heroínas de esta historia (las reales, no las químicas) dieron un paso adelante que las (casi) igualaba a sus compañeros musicales, y no se puede entender esa época sin la anfitriona Mama Cass, la independiente Joni Mitchell y la intérprete (y no compositora, a su pesar) Linda Ronstadt, ya que a través de ellas se tejió una tela que mantuvo unida la comunidad. Al igual que las GTOs que apadrinó el outsider (en estilo, no en ubicación geográfica) Frank Zappa, fueron rebeldes con causa, siendo esa causa la suya. Cincuenta años después, el resumen es que muchas veces esa fuerza interior, esa disposición y ese camino se pavimentaba con los deseos, necesidades y urgencias de los machos alfa que, con independencia de su origen musical (el folk, el rock o el country) o geográfico (norte, sur, este, más al este-UK o local), se comportaban al contrario de como cantaban, siendo seres miserables, misóginos y egocéntricos, anteponiendo su no tan culpable placer al arte, vida, obra y milagros (que alguno hacían) de sus compañeras de generación.
Otro de los puntos fuertes del libro (aprovechándose de la oportunidad que le brinda Hollywood) es su corte cinematográfico, pudiendo en cada página imaginar la experiencia iniciática que supuso para William el tour de Casi famosos, o vibrar en cada descenso del cañón brillantemente filmado y fijado en nuestra memoria por el Tarantino de Once Upon A Time In Hollywood. Por último, no podemos olvidar ese Xanadu de Ciudadano Kane, cuando, por el giro del caprichoso destino, las estrellas musicales se esconden en las villas de Bel Air y Malibú, esas localizaciones que nuestros protagonistas denostaban cuando pisaron por primera vez L. A.
L.A. a través de Laurel Canyon
Al estilo de las cumbres literarias de R. Tolkien o R. Martin y a modo de prólogo, te encuentras un plano de situación, el Hollywood´s Hot 100 y el dramatis personae, que sirve para que el lector pueda ubicar a cada personaje que aparece en el libro (y son muchos), su vinculación con bandas, estilos y épocas y su lugar en esta historia, porque el libro ofrece datos (muchos), discos (otros tantos), anécdotas (infinitas) y citas (innumerables) para rellenar sobradamente esa década de doce (años). Confiesa el autor que un libro musical (y ya va por unos cuantos) le suele llevar dos años; el primero es de documentación y el segundo, de escritura. El ser disciplinado (casi lo mismo que R. Martin) explica cómo en tan “poco tiempo” es capaz de recoger, ordenar y dar coherencia a un relato que de cualquier otra forma se antoja imposible, ya que resultaría una sucesión de información indigerible para el lector profano. Reconoce que este libro le llevó algo más, pero a sabiendas de que más de dos años no son viables (económica ni editorialmente) para dedicarse a la escritura de una obra de este tipo. Otro acierto consiste en la manera de plasmar lo acontecido. Parte historia oral, parte narración de la historia. Al final entre entrevistas, biografías y documentos varios, el autor recopila ingente material para dar (siempre con más de un punto de vista para cotejar la historia) con la tecla de lo que cuenta, intercalando material de las entrevistas (propias), las biografías y los documentales y artículos consultados, consiguiendo que el conjunto resulte real, ágil y estimulante para el lector, que siempre querrá seguir leyendo capítulos hasta devorar la última página.
¿Y de qué va el libro? ¿Qué nos cuenta? Animo a todo aquel que tenga el mínimo interés en la historia de USA en esos años a que se lance a su entretenida lectura, porque, quien busque un relato que explique qué pasó antes, durante y después de los años sesenta en el país —los sentimientos políticos, el rechazo a Vietnam, las drogas, el amor libre y el punto de inflexión (es una metáfora muy real) que supuso el asesinato de Sharon Tate a manos de una de las pandillas de freaks jaleadas por el entertainment system de la época—, lo verá claramente reflejado en sus páginas.
Describe el cambio entre el jipi de hoguera y el chulo de disco, de la marihuana y el LSD a la cocaína, de la choza abierta al público en el cañón a la mansión con seguridad en la playa y, aprovechando la narración, en lo musical detalla el salto del MOR y el folk, al country rock y al cancionero de cantautor electrificado, del adolescente risueño o apocado al joven de la contracultura, y del disquero bisoño a alguno de los mayores tiburones que haya parido la industria audiovisual, resumiendo esta transformación cultural, personal y empresarial que cambió los estilos y las tornas de la industria en tiempo récord, y sentando a su vez las bases de lo que estuvo por venir en décadas posteriores. Pocas veces se habrán tratado estos asuntos con tanto detalle, porque, si esos músicos llegaron a California con hambre, lo de los ejecutivos que dirigieron sus carreras era un apetito voraz, haciendo cambiar el signo de los tiempos mientras colocaban a sus protegidos en lo más alto de las listas de ventas, lo que se tradujo en jugosos dividendos para casi todas las partes
Si tuviera que darse un nombre, el que más se repite en el libro, ese sería el de David Geffen. Si hablamos de músicos, tal vez sería el de Neil Young. Ninguno de los dos puede ser tratado como el protagonista único de la historia, pero el autor los sitúa de (casi) inicio a fin en la mayoría de los relatos.
David Geffen
El autor, que es escribiente pero también es fan (de la música, los músicos y esa época), deja entrever (siempre explicando o incluso justificando) los mezquinos movimientos de las figuras que más y mejor supieron llevar a la cumbre ese estilo (musical y empresarialmente), cómo lo transformaron de seminal a universal y cómo ese camino se llevó por delante a la mayoría de ellos, hundidos, deprimidos, drogados y alcoholizados, incapaces de entender y asumir cómo ir de la ciénaga al cielo en pocos días, y cambiar la Caravelle por el último modelo de Porsche sin sentir remordimiento por todo lo que estaban arrasando a su paso. Byrds, Buffalo Springfield, CSN con y sin Y, Jackson Browne e Eagles, sí. Pero también los impulsores de esos movimientos, los que vieron que el country y el folk, además del blues y el pop, podían cohabitar todos juntos en un larga duración. Nombres como Lenny Waronker, Van Dyke Parks, Randy Newman, J. D. Southern o Gene Clark tienen reservado espacio principal en la narración, al igual que Londres, San Francisco o Bakersfield, para localizar orígenes e influencias que dieran forma a ese singular sonido.
Es importante señalar una editorial (Contra) que hace las cosas bien y edita aquello (sean libros ya publicados por otros autores, sean referencias propias) que nos interesa a los que peinamos canas, nacimos cuando esta música dominaba el mundo, y queremos leer cosas del basket de pelo en pecho, ciclismo de pelo en piernas y música de pelo largo. Mención aparte el increíble trabajo de traducción de Elvira Asensi, que hace muy fácil lo difícil, que es no echar en falta la edición original y que todo fluya como la seda, algo que todos lo que nos hemos tragado decenas de libros “musicales” traducidos sabemos que es casi imposible de encontrar.
En resumen, amantes de la música, de esa década y de la cultura norteamericana: no dejéis de disfrutar de esta obra, preparad una playlist con las recomendaciones (sí, también viene en el libro una selección musical del autor por artista y año para hacer la experiencia completa) y recorred libremente esta carretera salvaje. Parafraseando a Danielle Haim en “Los Angeles”, si hay que elegir, que sea L. A.
Mauro FERNANDEZ AHUJA
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