Había cierto runrún en torno al lanzamiento de Crawler. Después del estupendo, pero autocomplaciente Ultra Mono, quizás la fórmula mágica de los de Bristol se había agotado tras someterla a un frenético ritmo productivo, que los ha llevado a sacar tres discos en otros tres años. Quizás se estaban precipitando. O quizás, no.
Los dos sencillos de adelanto ya dejaban bien clarito a propios y extraños que no iban a caer en la autoparodia y que, en su coctelera, junto a la contundencia y la crudeza habitual, también hay espacio para sonidos industriales y electrónicos sin dejar de sonar a sí mismos.
Si en Ultra Mono, las canciones y las letras eran puñetazos de rabia motivados por el descontento social que conllevó el brexit, en Crawler se centran en el abuso de sustancias por parte de su cantante, Joe Talbot, y como decidió salir del pozo tras un accidente ("Car Crash" va exactamente de eso) que pudo haber resultado fatal. Ese desasosiego (imposible que no se te pongan los pelos de punta con el final de "The Beachland Ballroom" y Talbot dejándose las cuerdas vocales mientras grita "damage") está presente a lo largo de todo el disco, que, pese a no contar con grandes explosiones como su predecesor, tiene una mayor carga emotiva, creando una atmósfera angustiosa ("are you ready for the storm?") y dotando a las canciones de una oscuridad desconocida en trabajos previos.
Pero calma, Idles no se han reinventado para convertirse en una suerte de Swans, ni falta que hace. Simplemente han cerrado una etapa y han empezado otra, ensanchando el rango de influencias, experimentado con nuevos elementos, como con los sintetizadores en "MTT 420 RR", que mezclan a la perfección con su faceta más alocada y festiva de la imparable "Crawl!", que casi seguro se convertirá en un momento álgido de sus directos, o "When the Lights Come On", que nos transporta a su variante más postpunk.
Con Crawler, Idles se han dado la vuelta a sí mismos para seguir siendo la última gran banda de rock. Es verdad que antes eran más directos y feroces y ahora son más sutiles y sombríos. Cierto es que antes se centraban en lo que veían a su alrededor, y ahora recurren a la dura, pero esperanzadora historia de supervivencia de uno de sus miembros a modo de catarsis no solo personal, sino también musical, porque, como nos recuerda Talbot en "The End" a pesar de todo, la vida es maravillosa.
Víctor MEDIAVILLA GARCÍA
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