Siendo realistas, A DÍA DE HOY una docuserie como esta, con una extensión de 8 horas, sólo puede interesar a 3 grupos de personas.
El primero: los fans de la banda (recalcitrantes, se entiende), que deben haber recibido el "caramelo" como un regalo de los Dioses (a los que volveremos más adelante). Entre ellos, el propio Peter Jackson, que, cuando pilla un material en condiciones (la trilogía de J. R. R. Tolkien o las horas de imágenes que utilizó en el magnífico documental de la WWI Ellos no envejecerán) y lo trata con cariño, medios y tiempo, consigue despejar cualquier duda sobre las manos en las que cae el original.
El segundo grupo serían aquellos que han pasado muchas horas entre locales de ensayo y estudios de grabación. Y en este caso no hablo de los músicos, sino de los amigos, asistentes o amantes de los integrantes de las bandas. El que haya sido Mal Evans trayendo cigarrillos o encargando pajaritas, hare krishna al fondo o Monchito Ono sentirá en cada capítulo lo mismo que durante esas jornadas maratonianas en las que sus amigos se devanaban los sesos, reían, discutían o comentaban, entre espera y espera larga, lo que habían echado la noche anterior en la TV. Porque aquí tenemos altos, pero también hay bajos y muchos valles. Repeticiones infinitas, mofas, chorradas varias y complicidad (entre los Fab Four, aunque no estén todos dentro del círculo), y eso no vende titulares y no atrae flashes, pero comprende la mayor parte del tiempo pasado en esos lugares.
Por poner una línea temporal, nos encontramos con 4 amigos desnortados por la pérdida un año antes de su mánager Brian Epstein, que no han tocado en público desde hace 3 y que, espoleados por la reciente crudeza de los discos de Dylan con The Band y de Stones volviendo a los básicos, se imponen la titánica tarea de hacer un 3 en 1 (disco, documental y directo) en apenas 3 semanas.
Lo que nos lleva al tercer grupo, que no es otro que el de los fans de Cuarto Milenio. Porque los del segundo grupo —los del primero habían recibido la epifanía años antes— serán entonces incapaces de comprender cómo un cuarteto de "garrulos" de Liverpool que en estética, conversación y química (buenos y malos rollos) no se diferencian tanto de los amigos a los que veían ensayar y componer en momentos de ocio pueden ser capaces de dar forma a unas canciones inolvidables, unas melodías perfectas y unos discos que ni antes habían sido inventados ni después han podido ser replicados. Y eso, sin una explicación empírica o racional, sólo puede ser obra de Dioses o el más allá. Que venga Iker Jiménez y lo vea.
Mauro FERNÁNDEZ-AHUJA
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