Ha sido largo el “exilio” de Trevor Sensor. Desde que en 2017 publicó Andy Warhol’s Dream, su LP de debut, había permanecido al margen de la industria musical, sin darnos a conocer nada nuevo suyo, algo bastante sorprendente en un joven que había demostrado sobrado talento. El sueño de Warhol quizás había sido tal, efímero, como los 15 minutos de fama.
Hubiera sido una lástima, dado lo prometedor de aquel trabajo. Afortunadamente Sensor no ha dejado de escribir canciones en todo este tiempo. Y el resultado de su retiro, traducido en los dos volúmenes de On Account of Exile publicados este año con pocos meses de diferencia, no puede haber sido más afortunado. El primer volumen demostró que su buen hacer compositivo permanecía no sólo intacto, sino mejorado. Este segundo, en absoluto un añadido con temas de descartes sino un complemento a su misma altura, confirma que el cancionero que ha aportado este 2021 merece estar entre las mejores obras del año.
Y es que su exilio, más que espacial ha sido emocional. Él reconoce que ha terminado exhausto de tantos arrebatos emocionales en los últimos años, y que publicar esta obra ha sido como una catarsis, como quitarse un peso de encima. Esa sensación de catarsis se percibe en unos temas que han sido largamente rumiados y que nos llegan como explosiones epilépticas, llenas de intensidad. Nos encaja que Francis Bacon sea su pintor favorito.
Con mayor profundidad emocional que hace años, Sensor mantiene sus coordinadas de trovador folk heredero de Dylan (inevitable citarlo), pero con una agresividad punk algo atormentada, y también una ocasional sensibilidad pop que nos conduce a otro de sus referentes más obvios: los Beatles. Influencias de lo más clásico, las mejores, pero que Sensor consigue asimilar mostrando genuina personalidad, ayudado por su rasgada voz, un instrumento más que combina con la predominancia de guitarras acústicas, piano, órgano, y cierto estilo orquestal y épico en la producción y los arreglos. Su propia música se reviste así de clasicismo y atemporalidad.
"Honest Abel, Old Red Tiger" y "I Guess This Was a Fever Dream" abren el disco al más alto nivel, que no decae a lo largo de sus nueve cortes, siendo quizás su punto álgido la intensidad creciente de "Jasmine’s Matricide", con esos coros finales que culminan en un reposado final al piano. De la calma al desgarro, su universo se desgrana entre referencias bíblicas y retratos de personajes atrapados, aquellos que han recorrido un largo camino pero no saben cómo continuar con sus vidas. Hay desesperanza en las canciones, sueños febriles que nunca terminan de materializarse. Lo que sí se materializa es la confirmación de que estamos ante uno de los mejores songwriters actuales.
Gonzalo G. CHASCO
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